GENERACIÓN ESTRELLA
FINALISTAS 2022
RELATO FINALISTA 2022
AZUL
Alfonso Arrimadas Calvo
Gabriela trata de zafarse del brazo de su padre tirando en dirección opuesta al grupo de niños que saltan, suben y bajan escaleras, y bailan alrededor de los adultos que esperan cerca de la puerta. Azul, azul, repite una y otra vez, mientras señala hacia el coche aparcado al otro lado de la calle. Su padre le ha dejado la pulsera azul que cuelga del espejo por el que la mira mientras conduce durante todo el camino desde casa, y ella quiere volver a estirarla con los dedos muchas veces, repasando los nudos y los hilos y la forma de las letras todo el rato, hasta que los gusanos dejen de moverse por su tripa.
Ya la has tenido mucho tiempo cariño, le dice su padre, y se agacha mientras le hace cosquillas en la espalda. Le susurra. Tranquila, mi amor. Te lo vas a pasar muy bien, ya lo verás. ¿Vamos al lugar azul, te acuerdas?
Gabriela mira en dirección al grupo. Ahora algunos niños agitan los brazos arriba y abajo. Le recuerdan a las gaviotas que vuelan en círculos, esperando esa corriente de aire cálido que les ayude a emprender el vuelo, como le contó un día su amiga Irene. Levanta la vista hacia el cielo gris. Unas nubes negras se acercan veloces y el rumor lejano de un trueno hace que se tape los oídos, liberándose de la mano de su padre, y avance deprisa con la mirada fija en la puerta de entrada, sin detenerse, esquivando a la mujer que trata de contener su arranque y le saluda sonriente. Todos van entrando y los niños se sientan en el suelo formando un semicírculo mientras los padres se alejan por el pasillo. La puerta se cierra tras ellos mostrando un cartel con lazos azules, iguales a los de la pulsera de su padre, y unas letras de colores componen la frase “Pinta tu mundo de azul”. Gabriela escucha a los demás con la mirada fija en el cartel.
Dónde van. Van a que les expliquen cosas. Qué cosas. Pues cosas sobre nosotros, para ayudarnos. Y cómo somos nosotros. Van a un sitio que se llama autismo. No, tonto, autismo es lo que tenemos. Yo no tengo autismo, tengo Asperger, mi seño les dijo a mis padres: hay que ser coherente, vuestro hijo tiene un Asperger como un piano. Qué es coherente. Pues yo toco el piano, voy a clase los martes y los jueves. Pues yo creo que van al lugar azul. Coherente, que tiene coherencia entre sus partes.
El niño que está sentado a su lado acaba de leerlo en un diccionario y Gabriela se lo arrebata. Repasa sus páginas con el dedo y luego lo cierra dando golpecitos sobre la tapa, cada vez más deprisa.
El lugar azul.
Un relámpago ilumina la sala. Ella cierra los ojos y se tapa los oídos, anticipándose al estruendo. Sigue viendo el cartel y las letras de colores. Y siente cómo se acercan. La A es cada vez más grande. También la Z. Amarillo y azul y luego azul oscuro hasta que todo se vuelve negro. Al otro lado la luz es suave, no parpadea. Camina por el pasillo sobre la punta de los dedos. Apoya los pies con cuidado y siente cómo se hunden en la plastilina y se deslizan hacia la puerta. De pronto está sentada en su clase del colegio. Las voces, como siempre, se le amontonan y los botones rojos con burbujas de la seño se apagan y se encienden y hace que le duelan mucho los ojos. Se los tapa. Siente un pinchazo en la frente y quiere volverse, pero poco a poco nota cómo los ruidos se deshacen y todo se queda en silencio.
Desde su pupitre ya solo escucha la voz de la seño.
Gabi, le dice.
Pero ella no puede mirar. La luz roja le hace tanto daño que le gustaría poder esconderse hasta que acabe la clase.
Gabi, vuelve a decirle. Mírame.
Gabriela destapa sus ojos a medias. Con miedo. Pero a través de sus dedos ve cómo la seño pasea las manos por los botones de su blusa, atrapando los rayos con el puño, y, cuando abre la mano para soltarlos, los botones son ahora los de ese color verde oscuro, lisos, que tanto le gustan. Entonces la seño sube y baja las cejas en forma de arcoíris y ella empieza a reírse, tanto, que al darse cuenta se tapa la boca corriendo y esconde la cabeza entre sus brazos, avergonzada, esperando las miradas y las bromas. Pero son otras risas las que escucha, diferentes, de esas que no le calientan las mejillas. Mira hacia el sitio de David y ve que también la acompaña, sonriendo. Gabriela le manda uno de esos abrazos y él lo recoge y ella siente un cosquilleo en la espalda, una caricia desde lo lejos, rozándola despacio.
Salta por el patio y da vueltas moviendo los brazos y se sienta bajo el árbol. Escucha el silbido secreto desde la Alcantarilla. Esa que mira cada día desde que su amiga Irene le dijo que se iba a mudar allí. Desde que ya no está con ella. Está abierta. Le tiende la mano y Gabriela respira el olor a tierra mojada de su pelo. Las dos flotan por el Segura bajo calles y edificios que parecen dibujados con acuarela hasta llegar al parque del malecón donde tantas veces quedaban a jugar antes, con sus padres.
Se sientan en uno de los bancos. Irene vuelve a silbar y un kiwi se posa en su mano. ¿Lo ves, Gabi?, le dice, y se lo tiende. Gabriela acaricia su vientre de color verde y recorre con la yema del dedo los puntos negros y amarillos. El pájaro cierra las alas marrones y esconde la cabeza y las plumas se encogen hasta convertirse en pelusillas que le dan escalofríos. Lo lanza y vuelve a cogerlo sin que se le resbale y lo guarda en el bolsillo.
Hay que volver, le dice entonces Irene. Ya queda poco para que suene el timbre. A Gabriela el estómago vuelve a dolerle y el corazón le late muy deprisa mientras espera a que lleguen los ruidos. Desde la clase los demás le hacen gestos con el brazo para que se siente junto a ellos. Sonríen y se miran nerviosos y luego miran de nuevo hacia el reloj de la pared. Todos se meten los dedos en los oídos, como ella, mientras la seño empieza a contar hacia atrás. Repiten los números hasta llegar al cero y aplauden cuando suena, y ella empieza a aplaudir también.
Entre risas ve a su padre tras el cristal, mirando en silencio. Y entonces sabe que ha estado ahí todo el rato. Que ha estado otras veces, antes que ella. ¿Cómo si no puede saber tantas cosas que los demás no saben?
Grita de alegría y corre hacia él, pero, de repente, alguien la retiene por los hombros y la zarandea. Se asusta y tropieza. Siente un dolor intenso en la lengua y la saliva le sabe igual que cuando chupa una moneda. Al abrir los ojos, todos la miran preocupados tras una niebla que se desvanece. Siente el abrazo de su padre de camino al coche. Él besa su pelo mientras la coloca en el asiento. Enseguida estamos en casa, le dice. Pero ella no quiere irse. Quiere volver a ese lugar donde todo es de verdad. Intenta decírselo pero las frases, como siempre, se le deshacen antes de llegar a la garganta. Vuelve a intentarlo y solo escapan gritos ahogados. Da patadas contra el asiento delantero. Llora mientras golpea el cristal con las palma de la mano. Sigue chillando y mueve la cabeza hacia los lados. Su padre se vuelve y la mira sin comprender, preguntándole con los ojos. Azul, azul, consigue gritar al fin. Su padre desanuda la pulsera del espejo y se la tiende.
Solo cinco minutos, cariño.