GENERACIÓN ESTRELLA
FINALISTAS 2023
RELATO SEGUNDO PUESTO 2023
LA FICCIÓN Y LOS DÍAS
Elena Jiménez Gomáriz
Un día maté a un perro. Muchos ratos pienso en que ese día vi caer un martillo al aire, una muerte parecida a la de un pez plátano (sin la melancólica tristeza de un pez plátano) ante la que no podía hacer nada; una especie de voyeur de su propio morir y matar. Esa tarde, la tarde en que maté a un perro, una amiga me contó que había visto a una mujer desnuda en una ventana. La mujer miraba el televisor con curiosidad o pasmo, y estaba sentada sobre un puñado de cojines verdiblancos con jacarandas en los bordes -tal vez no eran jacarandas, pero la historia requería esa retórica. Mi amiga también me contó que quiso saber quién era la mujer desnuda del televisor y esperó que hiciera algo. Un gesto (apagar la tele, quizá, o beber o comer). La mujer no se movió en horas. A lo mejor fueron minutos y mi amiga recurrió a la narrativa. Nunca lo sabré. El caso es que, al rato de ese montón de horas, la mujer se levantó y fue a lo que parecía una cocina o una habitación sin vistas. Quizá quería comer. O desaparecer. La mujer volvió con las manos vacías. Esa tarde, la tarde en que yo había matado a un perro, no ocurrió nada más.
El día siguiente a esa tarde me costaba respirar. Intentaba recordar la historia de la vecina y el televisor: las posibilidades de una circunstancia ajena podrían hacerme olvidar. Pero no. Intentaba imaginar otra versión en la que no había existido ese perro o no había existido una tarde en que una persona exactamente como yo matara a un animal. Imaginé que sí había ocurrido, pero nadie me había visto (esa versión parecía poco ética). Imaginé que no estuve a punto de ser golpeada por un martillo. Imaginé, o traté de imaginar, que yo era quien sostenía el martillo contra alguien que había matado a un perro. Imaginé que había soñado que había matado a un perro una tarde. Imaginé que había matado a un niño y no a un perro. Imaginé que nada era cierto: yo nunca había visto esa calle. Imaginé que, si volvía, me romperían los huesos. Imaginé que no solo me romperían los huesos, sino que me torturarían. Imaginé que no recordaría esta historia en el futuro. Imaginé que siempre recordaría esta historia en el futuro. Imaginé que podría sufrir menos si compraba un libro para leer la desgracia de los demás. Y fui a por un libro. En Murcia no había muchas librerías. Fnac, pensé. También pensé que podría regalarle el libro a la amiga que me contó aquella historia de la mujer y la ventana, como una forma de ensamblar la imaginación trágica de la una y la otra. Pensé, finalmente, que quizá me ocurriera algo en la Fnac, otra historia distinta.
La chica de la Fnac me preguntó si había leído Lección de Anatomía de Marta Sanz porque a ella le encantó. Luego añadió que las novelas de Chirbes tampoco estaban mal. Eso empezó porque yo le pregunté si tenía algo de Sara Mesa. Quería regalarle algo diferente a Esther, pero siempre incurro en los mismos regalos, los mismos apátridos libros con las mismas palabras de honestidad y decoro en la página de cortesía. Tal vez tenga algún símbolo escondido eso del blanco como cortesía, que el respeto es incoloro, indoloro o algo así. El tema es que yo llevaba un gorro negro y una camisa de lunares (los lunares eran pequeños, de colores). Ojalá hubiese llevado una corbata. Me gustan tanto las corbatas que no tengo ninguna. La chica no encontró nada de Sara Mesa. Yo buscaba Cuatro por cuatro, aunque me hubiese valido Mala letra. En cualquier caso, quería a Sara Mesa. No podía esperar a que llegara ningún ejemplar, así que le pedí uno de Chirbes y me dijo aquello de que también era una buena elección. Le di su regalo a Esther y la leyó con rapidez. Otra tarde volví a ver a la chica de la Fnac y ella no recordó que una vez me preguntó si había leído Lección de anatomía de Marta Sanz y le dije que sí. La verdad es que nunca lo recordará en absoluto y yo no compraré ninguna corbata.
Aquel día imaginé que conocía a la chica de la Fnac y la invitaba a cenar. Imaginé los versos que leía, las canciones que escuchaba, sus dolores. Imaginé que era filósofa y adoraba ver películas extrañas. La imaginé con otro color de ojos. Imaginé que salíamos unos meses, pero luego me dejaba. Imaginé que salíamos unos años, pero yo la dejaba. Imaginé que todo había sido al revés: ella buscaba un libro y yo le preguntaba si había leído Lección de anatomía. Imaginé que se enamoraba de mí y le rompía el corazón. Imaginé que ella me hacía pedazos a mí. Imaginé que le quedaban pocos años de vida y quería leer a Proust en la cama. Imaginé que no era feliz. Imaginé que tenía una relación con un hombre casado. Imaginé que no pertenecía a ningún sitio. Imaginé que nunca la había visto y me la había inventado.
Imaginé que ella era la dueña del perro que había matado.
Imaginé que ella era el perro que había matado.
Imaginé que nunca había existido una tarde en que maté a un perro y maté la ficción.