GENERACIÓN ESTRELLA
FINALISTAS 2023
RELATO FINALISTA 2023
SEMANA SÍ SEMANA NO
Asensio Madrid Ruiz
Era viernes y el sol empezaba a ponerse en la ciudad. Llovía sin parar. Lucas acababa de salir de la oficina. Demasiado tarde otra vez. La modernidad conciliadora, con sus viernes de jornada continua, aún no había llegado a su empresa. Dudaba que alguna vez lo hiciera.
—Dime, Elisa —dijo Lucas—, acabo de salir. Voy para casa. —Con la ayuda del hombro, sujetaba el móvil contra su oreja mientras se ponía el chubasquero—. La pajarería me pilla fatal, ¿no puedes ir tú? ¿Has visto cómo llueve? Esta mañana te has llevado mi coche sin avisar. He tenido que coger tu moto. Me voy calar. —Escuchó la respuesta de su mujer con impaciencia—. Vale, vale, ya voy yo. Ahora nos vemos.
Guardó el móvil y se subió en la moto de su mujer. La lluvia empeoraba el denso tráfico de comienzo de fin de semana. Zigzagueando entre los coches, condujo lo más rápido que pudo hasta la pajarería.
Llegó cinco minutos antes de que cerraran. Al entrar, se disculpó por ir empapado y pidió una bolsa de comida para hámsters.
—Para hámsters sólo tenemos esta —dijo el dependiente. Con desgana, puso una bolsa encima del mostrador—. Lleva semillas y vegetales extrusionados en estado natural.
—¿Cuánto vale?
El dependiente le puso la bolsa en la cara y señaló la etiqueta con el dedo sin decir palabra.
—¿No tiene alguna más barata?
—Para hámsters, no. Ya se lo he dicho —el dependiente arrojó otra bolsa al mostrador—. Esta es para pájaros. Sólo son semillas. No lleva vegetales extrusionados. Vale la mitad.
—Pues me llevo la de pájaros —respondió Lucas—. Y perdone, una pregunta. Desde hace unos días se le han hinchado los testículos al hámster, los tiene gigantescos. ¿Sabe si es normal?
—Me suena haberlo oído alguna vez, pero no le puedo decir. No soy veterinario. Hace años que no vendemos hámsters, ya no los quiere nadie —dijo tendiéndole la bolsa de semillas para pájaros.
Abrió la puerta de su piso cuando ya casi había anochecido. Hacía sólo un mes que se habían mudado. Era la casa donde había pasado su infancia. Su madre acababa de fallecer y se la había dejado en herencia.
Su hijo de seis años estaba sentado en el sofá del salón mirando absorto la tablet. Se acercó y le revolvió el pelo.
—Hola, campeón, ¿qué estás viendo?
—Nada papá, videos de Youtube —respondió el niño sin apartar la vista del aparato.
Se fue directo al dormitorio, se puso ropa seca y se peinó un poco. Después se dirigió a la cocina. La jaula del hámster estaba encima de la barra. La rueda giraba a toda velocidad y emitía un traqueteo frenético. Era lo único que se movía en toda la casa. Elisa estaba de espaldas, no lo había oído llegar. Los brazos le colgaban inertes a los costados y miraba el horno fijamente, como si el cristal del electrodoméstico fuera la ventana a algún mundo fascinante. Aún no se había quitado el uniforme del trabajo. Llevaba los pantalones muy ceñidos, le quedaban de maravilla. Se le acercó con sigilo.
—Hola, cariño.
Elisa dio un respingo.
—Joder, me has asustado —dijo Elisa. Le dio una palmadita en el pecho y un beso en la mejilla—. Estoy haciendo una pizza, la he arreglado con un poco más de queso y cebolla. ¿Te apetece?
—Vale —respondió Lucas. Miró el envoltorio de plástico redondo que había en la barra junto a la jaula del hámster—. Carbonara, vale. El niño, ¿ha cenado?
Se fijó en el hámster. Los gigantescos testículos rebotaban en las traviesas de la cara interior de la rueda mientras corría. Los tenía pelados y de color rosáceo. Parecía que estaban aún más grandes. Cuanto más rápido corría, más rápido rebotaban los testículos en las traviesas. La imagen le recordó al movimiento de la flecha que señala el premio en la ruleta de la suerte de la tele.
—Sí, ya ha cenado. ¿Has traído la comida del hámster? Échale algo, anda, creo que no come desde hace un par de días. Tu hijo pasa del bicho.
Desde la cocina, veía al niño en el sofá. No había cambiado de postura. El brillo de la pantalla iluminaba su cara en la creciente penumbra del salón. Por los cristales de sus gafas infantiles desfilaba un sinfín de imágenes. Le dijo que encendiera la luz de la lámpara. No obtuvo respuesta.
—Parece que no sólo pasa del bicho. No sé si fue buena idea comprar la tablet —dijo sin apartar la mirada del niño. Abrió la bolsa de comida para pájaros y echó un poco en el dispensador de la jaula. El hámster dejó de correr dentro de la rueda y arrastró sus testículos hasta la comida recién servida—. Quizás tampoco le tenías que haber comprado el hámster, le pasa algo, no es normal.
—No seas tonto, al hámster no le pasa nada. Y todos sus compañeros tienen una tablet —replicó Elisa. Sacó la pizza del horno y la colocó encima de la barra—. No podemos ir a contracorriente. Además, también la usan para estudiar. ¿Quieres una cerveza? Es viernes…
Sin esperar a que Lucas respondiera, sacó dos latas de cerveza del frigorífico.. Las abrió y las puso encima de la barra, junto a la pizza y la jaula del hámster. El animal se atiborraba de la comida para pájaros con avaricia. Se sentaron en los taburetes y empezaron a comer. Elisa le preguntó si seguía lloviendo y si se había mojado mucho con la moto. Le dijo que era un sol por haberle dejado su coche para ir al trabajo con ese tiempo. Lucas murmuró que lo había cogido sin preguntar. Elisa no dio señales de haber oído. Hablaron de la nueva casa. Elisa dijo que sería buena idea hacer alguna reforma, que estaba un poco vieja. Lucas dijo que no estaba seguro, que le traía muy buenos recuerdos de cuando era joven, que le gustaba así. Además, no estaban muy sobrados de dinero. Elisa insistió y Lucas dijo que ya lo hablarían otro día. Siguieron comiendo en silencio.
—Cariño —dijo Elisa al cabo de un rato—, ¿te importa si salgo mañana con las chicas? ¿Te quedas con el niño?
—¿Otra vez, Elisa? ¿Con qué chicas? Ya saliste la semana pasada —respondió Lucas—. Y acuérdate cómo llegaste a casa. Yo también quiero salir algún día. ¿Por qué no le dejamos el niño a tus padres y salimos juntos?
—Es una salida sólo de chicas, cariño. Y ya abusamos bastante de mis padres. Lo recogen todos los días del cole y están muy mayores. Se cansan mucho con el niño.
Lucas giró la cabeza. Su hijo seguía en el sofá. No había encendido la luz. Ahora, lo único que se veía era su cara iluminada desde abajo por la tablet. Una cara inerte flotando en la oscuridad del salón. Dio el último trago a la lata de cerveza y la estrujó con los dedos.
—Venga, Elisa, el niño no molesta tanto… —comenzó a replicar Lucas.
—Hazme caso —le interrumpió Elisa—, no hay que estirar demasiado la cuerda con mis padres. ¿Te acuerdas de Sofía? Estuvimos en su boda hace cuatro o cinco años. La que se casó con el carnicero. La que tiene dos niñas —Lucas no respondió—. Pues se divorcia. Está destrozada. Queremos sacarla por ahí a ver si se anima —Elisa se levantó y sacó otras dos latas de cerveza. Las abrió y le puso una delante a Lucas—. Tómate otra, anda, que es viernes.
—Lo que te decía, que está destrozada —continuó Elisa—. Además, la muy tonta se casó en separación de bienes. Ya no quedan románticos como nosotros, ¿sabes, cariño? —Elisa le guiñó un ojo con complicidad y dio un largo trago de su cerveza—. Pues eso, que como los dos trabajan, y el piso donde viven es del carnicero, el juez dice que se tiene que buscar un piso para ella. Y anda muy justa de dinero. En fin, un desastre. Por lo menos, lo que le dije el otro día, con la custodia compartida va a tener a las niñas semana sí semana no. Así que, cada dos semanas, a disfrutar un poco. Por fin libre como el viento. No es mal arreglo. Si la sacamos de fiesta a que pruebe su nueva vida, seguro que se anima. ¿No dices nada? Te quedas con el niño, ¿no?
Lucas miró al hámster. Había vuelto a la rueda. Corría como un loco sin avanzar ni un centímetro. Tenía los carrillos hinchados, llenos de semillas almacenadas para el futuro. Sus testículos rebotaban en las traviesas. Se arrepintió de haberle comprado comida para pájaros.
Firmado: Mr. Miyagi