PREMIO GENERACIÓN ESTRELLA

RELATO GANADOR Y FINALISTAS 2020

 RELATO FINALISTA 2020

HUGO

Inmaculada Miralles Guardiola

 

El contrato está abierto sobre la mesa, con el grueso sobre negro que lo contenía asomando bajo el abanico de folios mecanografiados. Las letras oscuras parecen bailar, enroscarse y trazar espirales ante la mirada fija de Edu, que finge leerlo. Morales pasea de un extremo a otro de la amplia cocina, con las manos en los bolsillos y el gesto caballuno que la tensión suele dibujar en su rostro. Se conocen desde hace cinco años, cuando los presentaron en la fiesta de fin de rodaje de aquella serie donde Edu era el hijo pequeño de un policía atormentado. Apenas apareció en cuatro capítulos, pero Morales le dijo que era más prometedor que cualquiera de las estrellas emergentes que llevaba en su cartera de representante. Ni mamá ni él sabían nada de contratos ni representantes, así que topar con Morales les había cambiado la vida: ahora vivían en un bonito chalet rodeado de jardines y piscinas, de caminos blancos que conducían a puertas de las que siempre asomaba un saludo amable y una amplia sonrisa. “¿Tú eres Edu Solís, verdad?” repetían, embelesados. Sin embargo, las letras del nuevo contrato siguen bailando ante los ojos de Edu. Duda de si podrá conseguir un nuevo matiz en el aura de matón de colegio que casi muere en la primera temporada, pero que en la tercera aún sigue sin redimirse. Mamá, de pie a su espalda, le aprieta con fuerza el hombro.

—No hace falta que firmes si no quieres —susurra.

Pero Edu firmará. Se promete que es la última vez. Morales se marcha, con su amplia sonrisa de caballo. Mamá y Edu guardan unos minutos de silencio en la cocina.

 

 

*

 

 

Por la mañana, Edu acompaña a mamá a hacer la compra. Normalmente procuran que no se exponga mucho en zonas públicas, pero esta vez se ha empeñado en ir con ella. Mamá sufre por él: teme la ansiedad, el salir corriendo y todo lo demás. El recuerdo de terminar arrodillado en una esquina de aquel centro comercial, con la cabeza dentro de una bolsa. Pero Edu ya ha aprendido a lidiar con los grupos de adolescentes en jauría, armados con libretas y enarbolando bolígrafos.

—¡Buenos días, Rosa!

Cuando salen de casa, la mujer que acaba de mudarse al chalet de al lado saluda a mamá: luego se fija en Edu y su rostro parece iluminarse.

—Mira Hugo, es la mamá de Edu Solís. ¡Y está con él! ¿No quieres presentarte?

A Edu le cuesta un momento averiguar con quién está hablando. La mujer lleva una mano escondida detrás de la espalda y alguien parece tirar de ella.

—Venga Hugo, no seas tímido. Que luego no paras, que si Edu por aquí, Edu por allá… Es que te ha visto en el colegio, pero no se atreve a pedirte un autógrafo.

La madre de Hugo sonríe a Edu y él le devuelve la sonrisa. Se ladea un poco para intentar ver al niño detrás de ella, pero no lo consigue.

—A lo mejor puedes acercarte a casa de Hugo alguna tarde y jugáis un rato —dice mamá.

Arquea las cejas de un modo que hace que Edu piense en Morales: apremiándole para aceptar algún contrato publicitario, para prestar atención a alguna estrella de la música.

—Claro —Edu se encoge de hombros.

Luego mamá y él retoman el camino al supermercado.

—Qué niño más guapo ese Hugo —comenta mamá—. ¿No lo has visto en el cole?

Edu dice que no, pero no se molesta en explicar que ni siquiera ha podido verlo ahora.

 

 

*

 

 

Al día siguiente, Edu acude a la casa de Hugo para jugar con él. Encuentra la puerta del chalet entreabierta, y lo recibe un olor a bizcocho horneado que procede de la cocina. Una música tenue provoca una especie de eco en el amplio salón vacío.

—¡Edu, no te esperábamos tan pronto! —la madre de Hugo aparece a su espalda, quitándose unos gruesos guantes de cocina— Hugo está en su habitación, al final del pasillo. La merienda en quince minutos.

Le guiña un ojo y desaparece de nuevo. Edu sale despacio del salón, con la musiquilla todavía sibilando en sus oídos. El pasillo permanece en penumbra, pero se atisba una línea de luz al fondo que se hace más y más amplia conforme Edu empuja la puerta del dormitorio. Allí tampoco hay nadie. Es una habitación de niño pequeño, con la colcha estampada de avioncitos y un mosaico de estrellas de papel colgando del techo. Edu se fija en una foto enmarcada sobre la repisa de la cómoda: es la madre de Hugo, pero mucho más joven que ahora. Está acunando lo que parece un conjunto de toallas enroscadas en sus brazos, que tienen la forma de un bebé muy pequeño. Edu no puede ver ni un esbozo de su carita, ni una pequeña mano asomando entre los pliegues de la toalla.

—Disculpe, pero Hugo no está en su habitación —Edu regresa a la cocina, donde la madre de Hugo termina de sacar el bizcocho del horno.

—¿Cómo que no?

La mujer lo acompaña de nuevo por el pasillo, aunque esta vez se detienen ante uno de los cuartos cerrados

—Hugo, ¿estás ahí? —la madre toca suavemente la puerta. Edu no escucha respuesta alguna—. De acuerdo, pero date prisa, Edu ya ha llegado.

Mira a Edu a los ojos.

—Es que es muy tímido… cuando se pone nervioso le dan muchas ganas de ir al baño —murmura, sonriendo—. Espérale en la habitación, anda.

Edu regresa al dormitorio, desconcertado. No tiene ganas de esperar. Atraviesa airadamente el pasillo y sale por la puerta. La madre de Hugo no lo ve marcharse.

 

 

*

 

 

“Querido diario:

Mamá se enfadó conmigo el otro día. La madre de Hugo vino a casa a decir que su hijo se había llevado un disgusto y me tocó volver la tarde siguiente. El tal Hugo tampoco estaba, así que jugué un rato solo con sus trastos de crío y luego me fui. Por la noche, mamá me dijo que la vecina le había dado las gracias, que Hugo estaba muy contento de haber podido jugar con un famoso. Que si podía dejarme ver con él en el colegio, que sus compañeros no lo respetan y así ganaría prestigio. Vaya coñazo.”

 

 

*

 

 

—¡Edu, Hugo te espera en la puerta! —grita mamá.

Edu sale de la bañera y contempla su reflejo en el agua: luego agita la superficie con la mano, hasta que su rostro se divide en ondas y resulta irreconocible. Tal y como temía, no hay nadie en la puerta de casa. Igual que en el cuarto de juegos, Edu finge coger a un niño de la mano y emprende el camino al colegio. Al detenerse ante un semáforo, incluso comenta algunas frases en voz alta, tan indiscreto que un anciano se lo queda mirando fijamente mientras cruzan.

 

 

*

 

 

—No puedo creer que olvidaras recoger a Hugo después de clase.

Mamá y Edu avanzan agitadamente por el pasillo del hospital. Al ver que no lo había esperado a la salida del colegio, Hugo salió corriendo detrás de Edu con intención de alcanzarlo: no se detuvo ante un semáforo en rojo y, al parecer, una motocicleta se lo llevó por delante para después darse a la fuga. No hubo testigos. La madre de Hugo les ha avisado hace apenas media hora. Habitación 701, Hospital Comarcal.

Cuando llegan a la 701, una luz abrumadora penetra por las ventanas de cortinillas abiertas. A Edu le cuesta un poco distinguir algún contorno en la habitación blanca. Sin embargo, enseguida aparece ante sus ojos la silueta de una cama sin deshacer, con la amplia banda color crema perfectamente remetida por los costados del colchón. El sofá de las visitas está desocupado y las mesillas vacías. Edu escucha un sollozo en la puerta y se gira rápidamente: la madre de Hugo se apoya contra el marco, enterrando la cabeza entre las manos.

 

 

*

 

 

 

 

Conjuntos de coronas de flores rodean la pequeña cámara acristalada. Hay una oval, especialmente frondosa, de la que cuelga un cinto dorado que reza: “Tu gran amigo Edu”. Por su parte, Edu está sacando un refresco de la máquina expendedora, en la sala numero 3 del tanatorio. Nadie lo mira, nadie se fija en él. Todos los presentes, adultos, jóvenes y niños se concentran en torno a la cámara acristalada, despidiéndose de Hugo en silencio. Edu no ha firmado ni un solo autógrafo y puede permitirse sentarse a solas en la sala adyacente, rodeado de sillas vacías. Suspira varias veces, aliviado. Sonríe.

Más tarde, él también se acerca al cristal para despedirse. Algunas espaldas enfundadas en chaqueta oscura y varias cabezas no le dejan ver a Hugo. Edu esperará a que se retiren, cuando cese el bisbiseo de sus oraciones. Quiere despedirse. Qué niño más guapo ese Hugo.