GENERACIÓN ESTRELLA

 FINALISTAS 2022

 RELATO FINALISTA 2022

EN LA SOMBRA

José Miguel Martínez Moreno

Nunca había estado allí antes, pero en seguida encontré el agujero, todo el mundo sabía dónde estaba. Se lo había escuchado un millón de veces a los mayores que iban a beber cerveza y a fumar porros. Así que llegué a la primera, me agaché, atravesé la verja y me metí en el patio. Era grande, una explanada de cemento rodeada por una cerca, con el edificio de la fábrica en el centro. Había rayas amarillas pintadas en el suelo de la explanada, debió ser un aparcamiento, pero ya nadie metía ahí ningún coche. Había socavones muy gordos en el cemento y un montón de piedras por todo el suelo. Piedras que habían tirado de los solares de los lados y también trozos gordos de bloque de la base de la valla que estaba reventada. Atravesé el patio hasta la fábrica, hacía calor, el sol pegaba bien. Llegué entonces a una parte donde había cinco puertas grandes cerradas, con persianas de metal como las del bar de mi calle que hace tanto ruido cuando cierran. Vi que una puerta tenía una esquina doblada hacia dentro, habían como retorcido la persiana y habían dejado un hueco, cabía de sobra. Me arrastré un poco por el suelo y me metí en el interior. Dentro se estaba fresco, era una nave muy grande. El suelo estaba todo lleno de basura, trozos de cristales, botellas, bolsas y mierda. No quedaba ninguna máquina de cuando hacían el zumo allí y las paredes estaban pintadas, pero eran sólo rayajos, en realidad no había ningún dibujo que estuviera chulo. Me estuve dando una vuelta, buscando a ver si encontraba algo.

Yo había escuchado esa mañana al Ferrero hablar con Laura al lado de la cantina. Luego me volví para casa andando detrás de ella, la seguí, y le oí contárselo a Sara. Le dijo que le gustaba mucho el Ferrero y que esa tarde se iba a poner su top rojo de tirantes para quedar con él. Ese top lo había llevado puesto un día que fuimos a la playa de excursión cuando se quería enrollar con Gonzalo para que le mirara las tetas. Pero él pasó de ella. Se tiró todo el viaje de vuelta sola mirando Instagram, mientras yo, sentado detrás de ella en el autobús, miraba cómo le daba me gusta a todas las fotos de la excursión de los demás. Después de oírle hablar con Sara me fui a mi casa. Estaba nervioso, muy cachondo. No pude comer nada de lo que había dejado mi madre y me la meneé pensando en las tetas de Laura y en sus tirantes rojos. Luego bebí agua, me cambié de pantalones y entonces salí para la fábrica.

Subí por la escalera. En la planta de arriba hacía más calor. Había como cuatro o cinco estancias que habrían sido oficinas. Estaban igual que la planta de abajo, llenas de cristales rotos, no había ni un mueble, hasta estaban arrancados los marcos de las ventanas y las puertas. Caminé por el pasillo, mirando en las habitaciones, buscando, observando el espacio. Era la primera vez que estaba allí, pero me daba la sensación de que lo conocía, que aquellos muros me hablaban, y es que yo sabía las cosas que habían pasado allí. Una de las salas tenía las paredes quemadas. Hacía unos meses, en Nochevieja, unos de bachillerato se metieron para hacer una fiesta. Encendieron un fuego porque hacía frío, uno se llevó una lata de gasolina que su padre tenía en el garaje y la echó al fuego. Tuvieron que salir corriendo y al tonto de la gasolina le tuvieron que operar las manos. Yo no los conocía, pero había oído cómo Jesús, del C, que era hermano de uno, se lo contaba a otro de su clase. Yo normalmente, en los recreos, no me pongo a escuchar a los chicos, hablan de tonterías, de fútbol, están siempre insultándose como subnormales. Pero ese día iba detrás de las de mi clase y pasé por al lado de ellos y escuché algo de fuego y me interesó. Más tarde vi a uno mayor en el instituto con las dos manos vendadas, era el de la lata de gasolina, en verdad tenía cara de tonto. Seguí por el pasillo que unía todas las oficinas hasta la que estaba al fondo. Me asomé, era la más grande de todas. Tenía las paredes pintadas con un montón de nombres, había una puerta de madera grande arrancada apoyada contra una pared y un colchón en una esquina. Esa era la que buscaba. Entré y me senté en el colchón, miré las paredes, los nombres que había escritos. Yo conocía todas esas historias. La de Alba con Juanjo, la de Pedro con Elena, la de Hugo con una gorda de cuarto. Les había escuchado contarlas. Las chicas dan más detalles y no son tan fantasmas como ellos. Yo doy vueltas con ellas por el patio y me acerco y les escucho. Me levanté y me puse a buscar a Laura en la pared, yo sabía que había estado con un novio que tenía hace tiempo, quería ver su nombre escrito. Estaba ansioso. El año pasado cayó en mi clase y desde entonces siempre estaba cerca de ella para escucharla, olerla. Lo encontré, le pasé los dedos por encima. L A U R A.

Entonces oí unas voces abajo. Tenía que meterme en algún sitio. Me asomé un momento al pasillo pero al final me di la vuelta. Me metí entonces detrás de la puerta arrancada. Cabía justo, en el hueco contra la pared, de rodillas en el suelo, encogido. Yo estaba respirando rápido, el corazón me daba tan fuerte en el pecho que pensaba que me lo iba a romper. Se acercaban, subían las escaleras.

一Mira tía, ahí estaba tirado el hermano del Peña, el yonki.

一Pero ahora no habrá nadie. ¿No?

一Aquí no se ve ni Dios

一Anda pasa tú primero 一dijo ella.

Joder. No era Laura, estaba claro. Era Andrea la de cuarto con un tío. Conocía su voz perfectamente. Sentí sus pasos, los dos entraron dentro de la habitación

一¿Te conté que quiso robarme?

一¿El hermano del Peña?

一Sí tía. Pero el nota iba tan ciego que no se pudo ni levantar del suelo.

Yo tenía los ojos cerrados y la cabeza contra el suelo. Ellos se dejaron caer en el colchón, empezaron a enrollarse. Escuchaba los ruidos de los labios, las lenguas restregándose, escuchaba la respiración de los dos por la nariz. Andrea dio un par de gemidos suaves y entonces a mí se me puso dura como una piedra. Abrí los ojos, tenía que asomar la cabeza. Fui estirando el cuello poco a poco. Primero saqué la nariz, luego la frente y los ojos. Giré la cabeza hacia la derecha y los vi, tumbados. Él le estaba metiendo mano, tocándole las tetas. Yo les miraba. Ella tenía los ojos cerrados, le agarraba la cabeza a él. Yo les miraba y ellos no lo sabían, como siempre. Eso lo hago desde que era pequeño. Un día descubrí que los demás no se dan cuenta de que estoy cerca. Así que yo aprovecho y me entero de todo lo que dicen, les huelo a las chicas, las miro de cerca. Luego en mi casa me tumbo en mi cama y hablo con ellas, yo solo.

一Oye. ¿Has traído? 一murmuró Andrea.

一Claro tía. 一El chico se incorporó y sacó un condón de su riñonera.

Andrea le quitó a él la camiseta y se la quitó ella también. Ella tenía unas tetazas, más gordas de lo que pensaba. Él empezó a pasarle la lengua por las tetas y se le pusieron los pezones duros. Él se bajó los pantalones y le quitó a ella la ropa. Andrea abrió el condón, se lo puso y se recostó hacia atrás. Abrió las piernas. Estaba mojada. Aspiré bien fuerte y noté su olor pegajoso y dulzón y caliente. Él se tumbó encima de ella y empezó a metérsela, muy despacio. Yo la seguía mirando, cerraba un momento los ojos y era como si fuera yo el que se la estaba metiendo, la sentía. Ella gemía, le abrazaba con los brazos, le mordía la oreja. Yo ya tenía toda la cabeza fuera de la puerta. Entonces ella giró la cabeza hacia donde yo estaba y me miró. Nuestros ojos conectaron durante un segundo. Yo metí la cabeza hacia atrás, apoyé la frente contra el suelo y me quedé lo más quieto que pude. Aguanté unos segundos sin respirar, pero los ruidos seguían igual, no había ninguna reacción. Entonces, muy despacio, volví a sacar la cabeza. Él seguía encima, empujaba cada vez más rápido, ella también empujaba con la cadera y le agarraba la espalda y gritaba chillidos cortos y agudos. Yo la miraba fijamente, estaba sudando, saqué la lengua, quería pasársela por la cara. Ella volvió a girar la cabeza hacia mí. Otra vez me miró. Me estaba mirando. Creo era la primera vez que sentía los ojos de alguien así clavados en los míos. Entonces él dio dos gritos rápidos y se cayó tumbado encima de ella. Yo sentí como una descarga en mi espalda por el culo y me metí para dentro. Me quedé muy quieto. Jadeando. Temblando.

Ellos se vistieron, él seguía respirando muy fuerte, ella apenas hacía ruido.

一Dame un cigarro, nene一le pidió ella.

一Espera 一hurgó él en su riñonera一. Ten.

一Este cigarro es el que más me gusta 一ella le plantó un beso en los morros.

Dejaron la habitación y se alejaron, bajaron las escaleras. Les oí seguir hablando cuando estaban saliendo de la fábrica. Yo salí de mi escondite, me puse de pie. Me metí la mano dentro del pantalón, me había corrido. Me acerqué a la ventana a ver cómo se alejaban por el patio, quería ver si ella giraba la cabeza, si miraba hacia atrás. ANDREA, susurré. Pero no se giró, siguió, como si nada. Me había visto, pero no había notado mi presencia. Como cuando los profesores me ponen falta aunque estoy en clase. O como cuando vinieron los franceses de intercambio y nos hicieron fotos con ellos a todo el grupo y yo no aparecía en ninguna. Simplemente no existía. Me tumbé entonces en el colchón, sólo podía pensar en Andrea. Después de un rato me incorporé y me quedé sentado, saboreando el rastro que habían dejado, mirando la puerta arrancada apoyada contra la pared, mi escondite. Entonces me levanté, me acerqué a mi rincón. Me puse de rodillas, gateé. Y decidí meterme otra vez. Y quedarme aquí. Y no salir más.