GENERACIÓN ESTRELLA

 FINALISTAS 2022

 RELATO FINALISTA 2022

MÁS BONITO QUE LAS ESTRELLAS

Cristina Selva Vicente

Te lo contaré despacio. Yo tenía una yegua. Se llamaba Colosa. Mi padre me la compró cuando yo era pequeña. Lo hizo porque los médicos le dijeron que a las niñas especiales como yo les viene bien tratar con caballos. A veces los médicos dicen cosas muy chulas.

¿Y qué más? pues que Colosa era muy puta. O eso decía mi padre. Yo no sé que quiere decir eso pero sí sé que por las noches no hacía más que escaparse para la montaña. A investigar, supongo. Yo también lo hago a veces, cuando no se entera nadie, porque el bosque mola cantidad.

Un día Colosa vino fecundada y mi padre se puso hecho un basilisco porque era de buena raza y a saber de qué burro se había preñado. Yo me volví loca de contenta, pero no dije ni pío para que no se enfadara más.

Aunque luego fue todo un poco traumático, ya lo he superado porque me estoy haciendo más madura. Casi mayor. Fíjate cuánto que mi padre me prometió que podría asistir al parto de mi yegua a quien venía montando desde los cinco años.

Así que cuando llegó el momento fue el Gerardo quien vino a buscarme al cole. El Gerardo trabaja para mi padre, es muy guapo y me voy a casar con él cuando crezca. Cuando crezca yo, él ya ha crecido.

Me puse tan alegre que no podía parar de saltar y dar botes y el Gerardo se enfurruñó un poco porque es un hombre tranquilo, pero cuando yo me pongo inquieta, él se pone nervioso.

Desde el principio el potrillo venía mal y Colosa se rajó por dentro. Quizá fue por el bultito, no lo sé. El caso es que se murió con el potro aún en su interior. Mi padre dijo muchas palabrotas y el Gerardo estaba muy inquieto. Al final le abrieron la barriga a mi Colosa. Pobrecita. Ya estaba muerta. Y lo sacaron.

Cuando mi padre le rompió la bolsa donde estaba dentro de la barriga de su mamá, y le vio en la frente el bulto blanco y retorcido, con mucha punta, miró al Gerardo, y el Gerardo, con la boca abierta, a mi padre. Y ninguno me miraba a mí y así yo podía mirar a mi potrillo. Era negro. Más bonito que las estrellas.

—¿Qué mierda es eso? –dijo mi padre.

—No lo sé —contestó el Gerardo.

Lo tocaron. Le dieron la vuelta para un lado y para el otro. Yo sí sabía lo que era.

—Mátalo —dijo mi padre.

—Pero patrón…

—Hay que deshacerse de él—dijo limpiándose las manos de sangre en el pantalón.

Yo no podía creerlo.

—Pero patrón, otra solución habrá.

—Nada, Gerardo, problemas, solo problemas. No quiero más problemas.

—Pero patrón, si… —y me miró a mí con tristeza.

Mi padre ya había ahogado en la balsa a los siete bebés de nuestra gata Atenea, nada más nacieron. En aquella ocasión lloré mucho pero no hubo forma de convencerle. Pero esta vez no iba a ser así. Cogí al potrillo entre mis brazos, con todo lo grande que era, y lo abracé fuerte. Él me miró por primera vez con esos ojos de no entender, tan negros como un trozo de noche.

Me puse como una loca; grité y berreé a conciencia y le amenacé con tirarme por el risco si lo mataba y aparecerme después.

—¿Y para qué quieres un caballo así, nena? —me gritó.

—Es muy bonito —lloré—. Y es mío.

Al final no lo mató y se convirtió en mi nuevo caballo aunque aún no lo pudiera montar porque era pequeño. Y pensaba: cuando sea mayor — él, que yo ya lo soy — lo montaré a pelo y me agarraré fuerte de su protuberancia de caracola y cruzaremos el valle y las montañas al galope y mis amigas querrán uno pero como es el único no podrán y a lo mejor les dejo tocarlo y a lo mejor no. Porque no lo merecen. Se ríen de mis dibujos de caballos especiales y me dicen que si es el hijo de un perro y una cabra; o me preguntan que por qué hago rinocerontes tan raros si aquí no hay, que eso es en África y se ríen. Siempre se han reído, pero ahora se ríen más. A lo mejor no las dejo tocarlo.

 

Mi padre, conforme fue creciendo mi potro, me dijo que me lo podía quedar con una condición: que había que quitarle el abultamiento de la frente. ¿Te lo puedes creer? También me enfadé muchísimo, lloré y berreé pero mi padre dijo que si no, lo mataría. Y le dio igual que quisiera tirarme por el risco y aparecerme después por las noches.

Así que mi sueño de galopar cogida a su protuberancia blanca se fue al garete.

Le tocó al Gerardo porque él estuvo mucho tiempo con el veterinario y sabe del tema. Ahora trabaja para mi padre y si no hace lo que le ordena lo despide y él necesita el dinero.

—¿Por qué mi padre quiere quitarle el bultito? —le pregunté con muchas lágrimas.

—Porque es mejor así.

—¿Por qué es mejor así si su bultito blanco es lo que le hace ser tan chulo?

—Pues porque no es bueno para él que tenga eso ahí. —Le clavó una aguja enorme para dormirlo y mi potrillo, que se lo veía venir, a relinchar, que es lo que hacen los caballos cuando lloran—. Es lo mejor.

Y aunque no entendía porqué, siempre me fío del Gerardo, porque él es bueno conmigo y sabe mucho de caballos.

Con un instrumento grande, que daba miedo, empezó a aserrarle su bultito calcificado. Cuando terminó de cortarlo, yo lloraba tanto que el Gerardo hasta me abrazó y me secó las lágrimas con sus manos que siempre huelen deliciosamente a cuadra. Y me pareció que él también lloraba, pero poco. Limpió con un trapo la protuberancia retorcida y me la dio para que la guardara en mi caja de los tesoros. La miré con mucha pena y la apreté fuerte en mi mano.

—Mira —me dijo y se agachó hasta ponerse a mi altura—, aunque ya no tenga su bulto, tú y yo sabemos que sigue siendo un caballo muy especial, eso no se lo podrá quitar nadie.

Y me dio un beso en la frente y se me quitó el pesar y ahí supe seguro que se casaría conmigo.

 

Ahora mi potro parece un caballo normal. Aunque sigue siendo más bonito que las estrellas, con su pelo de carbón brillante y su mancha de azúcar en la frente. Convive con los demás caballos y sigue las reglas de la manada, como si fuera uno más.

Todos los días le peino las crines de la testuz hacia un lado para taparle la cicatriz que dejó la operación, no vaya a ser que los demás se rían de él.

Pero hace poco he descubierto algo.

Algo absolutamente asombroso que me ha hecho muy feliz.

Y es que, aunque muy despacito, el bultito blanco le está creciendo de nuevo.