GENERACIÓN ESTRELLA

 FINALISTAS 2023

 RELATO FINALISTA 2023

LIFE BEST UNDER YOUR SEAT

Pablo Albaladejo Perona

En los aviones de pasajeros, el mensaje ‘Life vest under your seat’, normalmente situado en el cabecero del asiento, indica el lugar donde se encuentra el chaleco salvavidas. Siempre me pareció curioso que cambiando una sola letra, ‘vest’ por ‘best’, el significado tomara cierto tono filosófico: ‘La vida es mejor bajo el asiento’. Sonaba a una llamada a refugiarte e ignorar los problemas del mundo. Cuando conocí a Héctor y Sandra, en seguida pensé que el lema se ajustaba a la vida que les habían dado sus padres. 

– ¿Cuánto queda? –pregunta Sandra con voz aburrida.

Está acostada ocupando tres asientos del banco de la terminal de salidas del aeropuerto de Madrid.

– 30 minutos, igual que hace 10 segundos… déjanos tranquilos de una vez tía plasta –le responde Héctor, sentado a mi lado.

Comienzan a gritarse, pero la pelea no va a más porque vuelve Carmen, su madre, que estaba al teléfono.

– Niños, comportaos, estáis avergonzando a Marco -se guarda el teléfono- Vuestro padre os manda saludos. Está bien.

Ambos la miran sorprendidos.

– Mamá, queríamos hablar con él –protesta Héctor.

– Ahora no podía, está con el abogado. Esta tarde, cuanto lleguemos, podréis llamarlo.

Carmen indica con un gesto que no hay razón para insistir más.

– Pero alegrad esas caras, tenemos que informar a Marco de todas las novedades. ¿Le habéis explicado las estupendas charlas de iniciación de la Universidad de Gante?

– Creo que Héctor le ha hablado de iniciaciones, pero con bellas ninfas de cuarto año en los pubs del campus- bromea Sandra.

– No seas obscena- le critica su madre, aunque sin contener la risa.

Héctor me guiña el ojo. Carmen recibe otra llamada y vuelve a alejarse entre las interminables filas de pasajeros. Los hermanos bajan la vista y lanzan un suspiro.

– Nos os preocupéis chicos, vuestra madre me explicó que es sólo un problema técnico, no hay nada serio contra él y pronto podrá venir.

Héctor me mira algo más tranquilo y golpea burlonamente la mano que he puesto en su rodilla. Pero Sandra sigue cabizbaja.

– No va a venir, Marco –sentencia apesadumbrada- No cometas el error de tragarte todo lo que te dice mi madre.

– ¡Sandra! –protesta Héctor.

Ella se levanta y se dirige al ventanal que muestra las pistas de aterrizaje.

Miro sorprendido a Héctor.

– No le hagas caso, está mosqueada.

Sin embargo, él tampoco parece tener ahora ganas de seguir hablando. Cojo el móvil. He recibido un mensaje de mis padres. Me desean un buen viaje. La noche anterior estaban incluso más emocionados que yo. Mi madre relataba cómo había charlado de tú a tú con Carmen Rodríguez Planes. Así la llaman, con todos sus apellidos. Carmen fue diputada del partido progresista, al que ellos llevan votando toda la vida. Y mi madre la tuvo, “en mi propia cocina”, el día que vino a conocerlos y a explicarles por qué era una buena idea aceptar la beca belga que había conseguido para mí. Gracias a ella logré una plaza en una de las instituciones más importantes de Europa, donde también estudiarían sus dos hijos: Héctor, mi mejor amigo; y Sandra, desde este verano puede que algo más. Carmen había aceptado un cargo en la administración comunitaria en Bruselas. Todos viviríamos juntos en el domicilio que la Comisión Europea le facilitaba.

– ¡Chicos! Tenéis que ver esto -Sandra permanece pegada al gran cristal, con las manos extendidas sobre su superficie- Algo está pasando ahí fuera.

Vamos hacia allí. No somos los únicos, más y más viajeros se van acercando al ventanal, atraídos por el propio movimiento del resto de pasajeros. Al llegar junto a Sandra y mirar afuera me quedo con la boca abierta. Hay un gran grupo de personas en la pista. No van camino de una escalerilla ni esperan un bus, sino que han invadido la zona de despegue. Llevan pancartas y bengalas y corren en todas direcciones. Miembros de la seguridad del aeropuerto tratan de rodearlos.

– ¡Han entrado al Congreso!

Es Carmen quien exclama ahora, sin soltar aún el teléfono.

– Me acaban de llamar del partido, los manifestantes han invadido el parlamento.

– ¿Invadido? -pregunto.

– Llevaban días acampados fuera contra los recortes del Gobierno y al final han conseguido entrar –comenta Sandra sin ocultar su fascinación.

El partido conservador había vencido al progresista en las pasadas elecciones, hace un año. Su estricto programa de reducción del déficit supuso el caldo de cultivo ideal para todo tipo de protestas.

– ¿Qué esperaban? -continúa Sandra- El paro se ha disparado, están desahuciando a miles de familias que no pueden pagar la hipoteca…

– Ya, ¿pero tomar el Congreso? –se pregunta Héctor.

Lo cierto es que la situación económica y social del país se había vuelto dramática en los últimos meses, con manifestaciones y huelgas casi cada día.

– ¡¡¡No más recortes!!!¡¡¡No más recortes!!!

Con un enorme griterío, de repente la protesta llega también a la terminal de embarques del aeropuerto. Un grupo de manifestantes irrumpe en la zona, saltándose los controles de entrada que, evidentemente, debían estar desbordados. Llevan pancartas y un megáfono. Los viajeros se apartan asustados.

– No más recortes, no más recortes –comienza a repetir Sandra a mi lado.

– ¡No más recortes, no más recortes! –el canto se va extendiendo entre los pasajeros.

– ¡¡¡No más recortes, no más recortes!!! –Carmen da un paso al frente y levanta el puño derecho.

– ¡Es Carmen! –los manifestantes reconocen a la exdiputada y la rodean jubilosos.

Recuerdo entonces el día en que la conocí, cuando Héctor me invitó a cenar a su casa y me presentó como uno de los estudiantes más brillantes del curso. Ya fuera porque era el mejor amigo de su primogénito o porque realmente vio potencial en mí, me tomó como su protegido.

– ¡La policía! –alertan algunos pasajeros.

Unos diez agentes entran en la sala armados con metralletas. Los cánticos enmudecen. El oficial se dirige hacia el grupo que se ha colado.

– Deben acompañarme fuera sin oponer resistencia.

Pero los manifestantes no se mueven. En su lugar comienzan a gritar de nuevo. Pronto el cántico se extiende por toda la terminal. Carmen se acerca al policía y comienza a hablar con él.

– Está negociando –explica Héctor.

Al rato Carmen vuelve con los líderes de la protesta, que aplauden encantados.

– ¡Carmen, Carmen, Carmen! –exclaman.

Al fin la aludida llega a nosotros.

– La Policía acepta que continúe la protesta dentro de la terminal mientras no organicen más follón –informa Carmen.

– ¿En serio? –pregunta Héctor.

– Están desbordados, no es sólo el aeropuerto y el Congreso, hay manifestaciones por todas partes. En realidad, no tienen agentes suficientes para desalojar –aclara su madre.

– Bueno, de todas formas no creo que vayamos a volar hoy –dice Sandra, señalando la pantalla de salidas.

El doble cartel Retraso/Delayed aparece en todos los vuelos. La sonrisa satisfecha de Carmen se enfría. Su teléfono vuelve a sonar.

– Nos vamos a perder la fiesta de esta noche –se lamenta Héctor.

– Serás imbécil –le recrimina Sandra.

Al colgar el móvil a Carmen le ha cambiado la cara. Nos reúne en un rincón más tranquilo de la sala y habla entre susurros.

– La situación se está descontrolando. Me acaban de informar de que el Gobierno ha recurrido al Ejército. Ya han comenzado los enfrentamientos en las calles. Hay cientos de heridos y algunos muertos… Hay que salir de aquí como sea –Carmen se asegura de que nadie más le escucha antes de continuar- Afortunadamente hay un avión del servicio de Política Exterior de la Unión Europea en el aeropuerto y están coordinando el rescate de su personal en Madrid. Eso me incluye a mí y a vosotros –añade con alivio.

– ¿Rescate? –pregunta Sandra, demasiado fuerte en opinión de su madre, que le hace un gesto para que baje la voz- ¿Y qué pasa con papá? ¿Y con esta gente? ¿Los vamos a abandonar?

– No seas ingenua Sandra, no podemos sacar a todos. Y tu padre… -Carmen se queda sin palabras.

– Papá que se joda, ¿no? Que se jodan todos menos tú.

– ¡Sandra! –le reprende Héctor.

Sandra se marcha hacia la multitud dedicándonos una mirada de odio. Carmen y Héctor se quedan parados. Yo la sigo. Le toco en el hombro cuando la alcanzo. Al darse la vuelta veo que apenas puede reprimir las lágrimas.

– Sandra, creo que tu madre tiene razón, hay que salir de aquí y luego ya buscaremos una solución.

Ella tarda en responder, pero cuando habla lo hace furiosa:

– A nosotros nunca nos ha faltado de nada. Hemos estudiado lo que queríamos, hemos viajado… Pero no soy ninguna tonta, ¿sabes? Ya estoy harta. Mis padres predican la igualdad y reparto de la riqueza y, sin embargo, ya ves lo que hacen en cuanto les van mal las cosas: mi padre investigado por corrupción y mi madre dejando en la estacada a sus antiguos votantes.

Le cojo la mano, tratando de calmarla.

– No creo que sea justo lo que dices de tu madre.

Sandra me suelta y se aleja unos centímetros. Ahora me observa seria, como perdida.

– Este verano hablabas de mi madre como si fuera una diosa. Ahora comprendo que ese día en la playa no querías estar conmigo, sino con la hija de Carmen.

Se da la vuelta y se pierde entre los manifestantes. Héctor y Carmen llegan hasta mí.

– ¿Dónde está Sandra? -pregunta su madre- Tenemos que marcharnos ya.

Miro hacia la muchedumbre. Carmen se dirige hacia allí. Por el camino recibe los vítores de la gente y los acepta con una media sonrisa. Héctor me señala la pista, hay dos aparatos ardiendo. Carmen vuelve consternada. Sandra ha desaparecido.

– Hay que irse ya, enviaré en cuanto pueda a alguien a recogerla, cuando la niña entre en razón. Nos vamos –Carmen nos dirige hacia una puerta de emergencia de la sala donde espera un hombre con una identificación de la UE.

Al llegar me paro. El gesto de Héctor es un poema, pero no se resiste a seguir a su madre.

– Vamos Marco, no tenemos tiempo –me dice Carmen.

Miro atrás, busco infructuosamente a Sandra. La terminal es un hervidero, deben estar llegando noticias de la intervención militar. El funcionario europeo me indica que le sigamos. No sé qué hacer.

Diez minutos después estoy en el asiento del avión comunitario. Los motores comienzan a tronar al dirigirse a la pista de despegue entre tanquetas. Mientras, el mensaje de emergencias parece reírse de mí desde el cabecero del asiento delantero:

“Life vest under your seat”.