GENERACIÓN ESTRELLA
FINALISTAS 2024
RELATO FINALISTA 2024
ARTIFICIAL
Vicente Pérez Navarro
Una vez dentro de la habitación, la puerta metálica se cerró ruidosamente tras él. Las paredes palidecían bajo la única iluminación de dos grandes halógenos encastrados en el techo, creando una atmósfera de tranquilidad que no se correspondía con su estado. Siguiendo las instrucciones que le habían indicado, Jaime se dirigió hacia el final de la larga estancia en la que se ubicaba una pantalla curva de unos cuatro metros de ancho por dos de alto; frente a ella, un sillón de cuero donde debía tomar asiento.
Caminaba encorvado y a largas zancadas, con cierto desasosiego. Ataviado con un sombrero de fieltro y una larga gabardina, el pintor se asemejaba a un ente flotando por una casa embrujada. Cuando se halló cerca del destino marcado, se percató de que el sillón era un Chester tapizado en un tono marrón café, idéntico al que había en casa de sus padres.
Nada más sentarse se apagaron las luces, y la habitación se sumió en una inquietante oscuridad que apenas le permitía ver sus manos apoyadas en las rodillas. Era la postura más cómoda que había encontrado para intentar tranquilizarse. No sabía muy bien por qué estaba allí.
Sus pensamientos quedaron interrumpidos al encenderse la pantalla, que quedó totalmente en blanco. Cegado por la luz, entornó los ojos hasta que escuchó una voz que le resultó familiar:
-Hola, Jaime. ¿Cómo estás?
Cuando consiguió abrirlos por completo, comprobó que la voz provenía de unos labios carnosos y bien perfilados que copaban la casi totalidad del enorme monitor. También le pareció reconocerlos.
-Bien, bien… -respondió con cierta arrogancia.
-Estás muy nervioso. Siempre lo estás cuando carraspeas mientras te rascas el lóbulo de la oreja derecha.
Jaime apartó la mano rápidamente. Sorprendido. Confuso.
-¿Cómo sabes eso?
-Lo sé casi todo sobre tí. He recopilado un enorme volumen de datos sobre tu persona. He procesado la información acerca de todo lo acontecido en tu vida y la de los que te rodean. Ello me permite conocer tus capacidades y rutinas de pensamiento, así como tus emociones y creencias más recónditas. El temblor en tu pierna derecha, por ejemplo, me dice que te estás exasperando. ¿Tienes miedo?
Sí, efectivamente, aunque tratara de disimularlo, Jaime sentía miedo; miedo a lo desconocido; a esas máquinas que cada vez hacían más “tareas de humanos” y podrían llegar a sustituirlos. Sin embargo, siempre había pensado que ninguna Inteligencia Artificial podría reemplazar el trabajo de un artista como él. La creatividad humana incluye demasiados parámetros imprevisibles para que un artefacto consiga recopilarlos y procesarlos. A pesar de ello, su representante le había insistido para que acudiera a aquella cita. Al fin y al cabo, las ventas de sus cuadros se habían desplomado y el valor de las mismas le impedía asumir sus obligaciones económicas. Sobre todo, desde una infausta noche de octubre de hacía dos años en el Casino de Torrelodones, que le había causado un agujero cercano a los sesenta mil euros en la mesa de Blackjack.
-¿Por qué iba a tener miedo? Estoy hablando con una boca que parece saber todo sobre mí -respondió finalmente en tono irónico.
-No soy sólo una boca y una voz. Éstas son el resultado de una ingente cantidad de operaciones en las que se combinan todas las bocas y voces de tu vida: desde la de tu madre, cuando te cantaba nanas; la de tu mujer, dándote el sí quiero; hasta los gritos de tu cuñada Emilia, con la que presumes haber echado “el mejor polvo de tu vida” entre tus amigos. ¿Recuerdas? Fue en los baños de la sala “El Sol” en 2004, antes de un concierto de Antonio Vega. Mientras tanto, tu esposa esperaba entusiasmada con su hermano a que comenzara el show.
Notó una sacudida en todo su cuerpo. Tuvo que contener la ira que le subía por las venas del cuello y las sienes, que masajeó ya sin disimulo. No quería aguantar aquello, pero la curiosidad y, quizá la necesidad, le fueron calmando mientras “la boca” tarareaba sensualmente su canción preferida de Bon Iver. Al fin y al cabo, no tenía nada que perder.
-¿Qué quieres de mí? -preguntó en un tono pausado y elocuente.
-Todo lo que hay dentro de tí y que conforma el artista que eres. O mejor dicho, el artista que podrías haber llegado a ser, si no fuera por tu “vida descuidada” -espetó “la boca” dibujando una mueca despectiva a la vez que divertida.
En un largo silencio, Jaime trató de desentrañar qué podía significar aquello.
-¿Por qué?
-Tienes un talento equiparable a los grandes pintores de la historia contemporánea: Picasso, Van Gogh, Turner, Pollock… Incluso superior a otros como Dalí o Monet -contestó “la boca”.
Mientras, en la pantalla, se alternaban obras de estos artistas con un puñado de sus propias creaciones, alguna de las cuales ya casi ni recordaba.
-He hecho un análisis minucioso de tus obras a partir de un algoritmo que recopila todas las creaciones de los grandes pintores de los últimos doscientos años. Las valora en función de su ruptura formal u originalidad, así como las características técnicas del trazo y los colores de la paleta. También coteja el valor estimado de las mismas en el mercado y los resultados de búsquedas en internet.
El artista soltó una carcajada histriónica:
-¿En serio?
-Totalmente en serio, aunque también puedo bromear como ese monologuista americano de stand- up comedy que tanto te gusta -respondió “la boca” buscando distender un poco el ambiente sin conseguirlo. Dejó escapar entonces una sonrisa burlona que le recordó a Audrey Hepburn en “Desayuno con diamantes”.
-Sí, es esa sonrisa – afirmó “la boca” en tono burlón, aumentando la congoja de Jaime.
– Pero si ya tienes todos esos datos, ¿para qué me necesitas?
-Tenemos la información experiencial preexistente, pero queremos realizar un minucioso estudio electroencefalográfico para obtener los patrones de actuación de las ondas alfa de tu cerebro, que están relacionadas con la creatividad y la intuición humanas, así como la arquitectura de tu neocorteza posterior que suele ser diferente en los grandes genios respecto al común de los mortales. De este modo, podremos obtener todo el talento que serías capaz de desarrollar. Conocer tu pensamiento divergente, que es el que te diferencia de otros pintores y que consigue activar grandes grupos neuronales que generan dopamina y otros neuropéptidos en el público potencial. Apenas nos llevaría un par de meses de análisis intensivo de tu materia gris.
En ese momento, Jaime se sintió desbordado e impotente ante toda la artillería pesada que aquella puñetera máquina le lanzaba sin piedad. Relajó los hombros hastiado. La Inteligencia se adelantó a su siguiente pregunta:
-Queremos utilizar todo ese talento para crear obras maestras de valor incalculable que tu falta de disciplina y tus vicios te impiden realizar. Por no hablar de tu falta de habilidades sociales para crear un networking, algo fundamental para obtener grandes beneficios en el mundo del arte contemporáneo. Ese tratante que trabaja contigo es un inepto y tampoco te ayuda a posicionarte en el mercado.
Jaime se removió en el sillón dudando si aquello iba en serio.
-¿Y yo qué tendría que hacer? ¿Firmar los cuadros que tú generes?
-No. Eres demasiado viejo y tu valor de mercado es escaso. Crearé un artista virtual que captará la atención del público y será atractivo a la par que polémico en los mass media y redes sociales. Pero sobre todo, sería muy prolífico. Además utilizaré tus talentos para combinarlos con los de otros de tus colegas y crear nuevos “pintores” de diversos estilos. A cambio, saldaremos tus deudas y recibirás una cantidad durante el resto de tu vida que te permitirá vivir holgadamente.
-Creo que no me interesa -respondió con tono altivo y prepotente.
Tras unos instantes en silencio, “la voz” volvió a hablar y su tono se tornó amenazante:
-Jaime, ¿recuerdas el 7 de noviembre de 2013?
¡Claro que lo recordaba! Mirando fijamente el sillón, comprendió por qué el Chester estaba allí.
-Llegaste a casa de tu padre pasadas las nueve de la noche, aunque el turno de Delcy, su cuidadora, terminaba a esa hora. Ella dormitaba en el sofá exhausta, después de todo el día moviendo al viejo por la casa, dándole de comer y cambiándole los pañales. Le pediste disculpas por el retraso y, una vez se marchó, tomaste su sitio.
-Para, por favor…
“La boca” hizo caso omiso y prosiguió el relato:
-Cerraste los ojos mientras tu padre permanecía hundido en “ese Chester” con sus ojos vacíos, sin alma. El Alzheimer lo había dejado en un estado semivegetativo. Odiabas cuando te tocaba tener que pasar allí las noches , una semana de cada tres, turnándote con tus hermanas. Preferías estar en el Casino. Pero ese día algo empezó a ir mal. La respiración de tu padre se volvió entrecortada y su cara empezó a amoratarse. Tu instinto te llevó a coger el teléfono para avisar al 112 y solicitar ayuda inmediata.
Jaime, apenas pudo emitir unos sonidos guturales ininteligibles de protesta por un súbito ataque de llanto.
-Pero no lo hiciste. Esperaste dos largas horas a que su pecho dejara de moverse y su mandíbula quedara totalmente abierta y rígida. Cuando llegaron las asistencias, únicamente pudieron certificar la muerte. Avisaste a tus hermanas que acudieron para consolarte por haber pasado por aquel trago.
Jaime no daba crédito. Pensaba que había guardado celosamente aquel secreto para sí mismo. Pero “la boca” no tardó en sacarlo de dudas.
-Tu dolor en el funeral pareció sincero y tu vil acto parecía a salvo de conocerse. Sin embargo, apenas unos meses después, en unas vacaciones en Cádiz con tu grupo de amigos de la universidad… Aquella noche de desenfreno en La Caleta… casi perdiste la conciencia y confesaste tu pecado a Octavio. Tu amigo del alma. Tu confesor. Tu delator.
Jaime apenas encontró fuerzas para soltar un ahogado e iracundo “hijo de puta”.
-Ahora entenderás que lo que te hago no es una oferta.
-Ya veo.
-Esta información llegaría a tu familia y a las autoridades si te niegas o dices una sola palabra de “nuestro trato”. Sé práctico. Piensa en ese futuro artista virtual como tu alter ego. Su éxito, también será el tuyo.
Jaime, hundido en el Chester, permanecía inmóvil y con la mirada perdida. ¡Él era un artista! ¡Prefería estar muerto! “La boca”, con tono solemne, le lanzó el golpe definitivo:
-Ahora el artista soy yo.
Fundido a negro en la pantalla. La luz de los halógenos volvió a ocupar la habitación.