GENERACIÓN ESTRELLA

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EL DÍA DE JOSÉ MARÍA

José Miguel Lax Asís

Era un día normal en la vida de José María, un día de los que le gustan al propio José María, un Josema día, que diría José María, expresión que solo a nuestro protagonista le hacía gracia. Después de decir a por otro Josema día, repetía la misma frase, donde las erres eran sustituidas por des, edes un tío la mad de divedtido, a la que seguía una risita aguda.

En este común y anodino día, no por ello tedioso, ya que nuestro protagonista es un personaje común y anodino que se regodea en ello, comienza la aventura menos épica de la persona menos épica y dada a la improvisación que ha existido en la ciudad de Murcia.

Como cada mañana, José María enfunda sus pies en unos calcetines blancos, debajo de unos vaqueros azules con dobladillo y una camisa blanca, de marca homónima y sin logotipo. Desayuna un café solo, corto, de máquina profesional, con una cucharada de azúcar, media tostada de plan blanco con una línea de aceite en zigzag, una loncha de jamón de york encima del aceite y una pieza de fruta, preferiblemente un kiwi, al que José María llama kibi o kivi, cosa que carece de importancia al estar mal escrita de ambas formas. El desayuno es la comida más importante del día, señala cada mañana Jose María para sí mismo después de cada desayuno.

A continuación, se cepilla los dientes, moviendo el cepillo suave y lentamente por la superficie de cada diente, del más lejano al más cercano a la parte central de la boca, con movimientos circulares pequeños, colocando las cerdas en un ángulo de cuarenta y cinco grados al llegar a la línea de las encías. La duración del cepillado es de dos minutos y medio exactos, ya que nueve de cada diez dentistas recomiendan un tiempo de entre dos a tres minutos, una horquilla temporal que exaspera a José María por su falta de consenso y concreción dentro del gremio de la odontología, y que le lleva a realizar esa media de dos minutos y cincuenta segundos.

Tras un enjuague bucal con colutorio, de cuarenta segundos de duración, según la recomendación del fabricante, José María recoge su cartera de piel marrón oscuro que ha preparado sobre la mesa auxiliar de la sala de estar la noche anterior, se coloca en bandolera la tira de nylon del mismo color marrón que el resto de la cartera y se dirige a la entrada de casa, que dada la función que desempeñará en unos instantes sería la salida. Antes de salir a la calle, se mira una última vez en el espejo para verificar que ningún pelo rebelde le ha jugado una mala pasada a su pulcro peinado de raya en el lado izquierdo, coge las llaves de casa y sale a enfrentarse a un día satisfactorio en la oficina, porque como nuestro protagonista cree a pies juntillas, el trabajo dignifica al ser humano.

Tras cerrar la puerta de su casa, en la cuarta planta de bloque de pisos del barrio del Infante Juan Manuel de Murcia, se dirige al ascensor, debería bajar por las escaleras, piensa, o apuntarme a un gimnasio. No, mejor a natación ya que, como dicen, es el deporte más completo, pero, descartando la idea de las escaleras pulsa el botón de llamada del rectángulo metálico que le bajará a ras de suelo.

Al abrirse la puerta roja con un agarrador metálico en el lado derecho, ya que la puerta abre a izquierdas, se encuentra con una vecina de arriba, María José, cosa que divierte a José María, porque María José es José María al revés, aunque literalmente, José María al revés sea aíraM ésoJ.

Una charla de diez segundos, tiempo que tarda el ascensor en llegar al suelo desde la cuarta planta, dos metros por segundo más los dos segundos que tarda en detenerse y abrirse la puerta de seguridad, es justo el tiempo que necesita José María para mantener una conversación de las que a él le gustan, corta y trufada de frases hechas, vagas y sin lugar a la improvisación, como un parece que hoy va a hacer bueno o qué, ¿a trabajar?. Una “conversación” donde las respuestas se contestan con un sí o un no.

Ya en la calle, José María, que no Josema, ni Jose, ni Pepe, se dirige caminando a su trabajo en una asesoría fiscal frente al jardín Floridablanca. La asesoría tiene un nombre de los que le gustan a José María: Asesoría Fiscal del Sudeste. Le gusta especialmente, pues describe a la perfección a que se dedica la empresa y su ubicación geográfica. No es una ubicación geográfica exacta, pero también asesoran a empresas de Almería y Ganada, por lo que es un nombre bastante acertado.

Es un paseo de veintidós minutos por la ruta más corta, según Google Maps, paseo que afronta con diez minutos de margen, por si surge una eventualidad, cosa que desestabilizaría por completo a José María, hombre poco propenso a romper su rutina diaria. Esto quiere decir que José María sale de casa treinta y cinco minutos antes de la hora del inicio de su jornada laboral, pues tarda tres minutos en llegar de su piso a la calle, incluyendo los diez segundos de ascensor.

Transcurridos dieciocho minutos de caminata, justo donde la calle Torre de Romo cruza con la calle Mozart, afamado músico antes que calle, José María se detiene en seco, su cara se constriñe en una mueca de desasosiego, un sudor frío recorre su espalda, su pulso se acelera. Acaba de percatarse de un error que no puede subsanar sin tener que llegar tarde a su trabajo, pues dieciocho minutos son más que los diez de margen que José María prevé para eventualidades, sin incluir los tres minutos, ascensor incluido, que tarda en llegar de su piso a la calle que, en este caso inverso, sería de la calle a su piso.

Con las manos temblorosas se palpa los laterales de los pantalones, más bien se los pellizca, a una altura de un palmo debajo de la cadera, hace lo mismo en la parte trasera y delantera del pantalón a la misma altura y, por último, repite el movimiento, a caballo entre palpar y pellizcar, en la cara interna del muslo. No sabe si atreverse a cruzar una línea que traspasa el decoro y las normas más básicas de conducta humana, pero finalmente, de una forma tímida y sutil introduce los dedos pulgar e índice entre el pantalón y el muslo para confirmar lo que ya sabe, pero se niega a creer.

José María repasa mentalmente el procedimiento que ha llevado a la hora de vestirse esta mañana: calcetines blancos debajo de unos vaqueros azules con dobladillo y una camisa blanca de marca homónima y sin logotipo. ¡Dios mío!, piensa, ¡los calzoncillos, me he olvidado los calzoncillos!

Está apunto de desmayarse, para él es como ir desnudo, como un maldito animal, jodido animal es más sonoro, pero José María no pronuncia nunca palabras gruesas. Se siente como un salvaje. Mira alrededor creyendo que, cada vez que alguien que camina por la calle posa la mirada sobre él, se están dando cuenta que es un demente, más cercano a un homínido que a un hombre.

Empiezan a pitarle los oídos, la sudoración fría se detiene y comienza a ver borroso. Antes de caer al suelo desmayado, porque acabará desmayándose, en su último pensamiento José María recuerda a su abuela y en las veces que le dijo: Siempre que salgas de casa ponte ropa interior limpia, no vaya a ser que tengas un accidente y en el hospital piensen que eres un marrano. José María no lleva la ropa interior sucia, NO lleva ropa interior. Hoy no es un Josema día, es todo lo contrario a Josema día; hoy José María pasará a ser conocido por el Servicio Murciano de Salud, o eso piensa, como Josemarrano.